El barro cocido en Hispanoamérica: sincretismo, colonialismo y resistencia
¿Qué sabemos de la cultura alfarera en Hispanoamérica? ¿Por qué es la cerámica de barro algo que nos recuerda a ambos mundos?
Hemos tenido la suerte de trabajar en múltiples ocasiones en proyectos de alma mexicana, normalmente restaurantes y cantinas. Hay algo acerca del barro cocido que nos lleva a pensar en la cultura de Centro y Sudamérica. Pero, ¿qué sabemos realmente a este lado del charco de la alfarería en Hispanoamérica? La verdad, poco. Tenemos, en general, una escandalosa falta de información acerca de la cultura de nuestros parientes americanos.
Lo que une la cultura ibérica con la hispanoamericana es mucho, y va en ambas direcciones. Tanto terreno ha conquistado la cultura española tras siglos de colonización (la mayoría de países no logró la independencia de la corona hasta el siglo XIX), como al contrario. Se nos relaciona una y otra vez, (al menos desde el imaginario blanco europeo) a través del barro cocido. Aunque, como veremos más en profundidad, no es una relación simétrica. La Conquista de América estuvo a punto de hacer desaparecer casi por completo un legado que llevaba milenios desarrollándose.
Hoy, hay una herencia común que nos hace pensar en el cortijo andaluz cuando miramos un caserío colonial mexicano, y viceversa. Tanto encontramos lo ibérico en los ladrillos de barro cocido que cubren los tejados de las casas americanas, como encontramos la cultura precolombina en los cuencos que nos recuerdan a la cerámica awajún peruana, y que vemos en prácticamente todas las casas españolas.
A ambos lados del Charco se estaban desarrollando civilizaciones con el barro cocido en un lugar central de su configuración (la andalusí aquí, la de muchos pueblos originarios allá) antes del siglo XV. El rumbo de ambas trayectorias se vio para siempre alterado por el contacto con la otra. A día de hoy es difícil imaginar dónde habría llegado la cerámica de barro hispánica sin la influencia de los pueblos originarios y viceversa.
Los variados fundamentos de la alfarería en Hispanoamérica
Las raíces del barro cocido en Hispanoamérica se extienden hacia atrás en el tiempo, mucho antes de que llegaran los conquistadores. Encontramos trabajos de barro cocido en prácticamente todas las culturas del mundo, pero algunas han desarrollado civilizaciones enteras en torno a ellos, y otras han caído en desuso tras los procesos de industrialización.
Lo primero que debemos puntualizar es que es imposible hablar de una alfarería americana como si se tratase de un conjunto homogéneo, ya que, como no debería hacer falta decir, en el continente americano hay treinta y cinco países de los cuales veinticinco son territorios independientes. Por lo tanto, en cada rincón del mapa hay una historia, características y tradiciones diferentes. Sí podemos puntualizar, sin embargo, que hay una tendencia general en la mayoría de lugares hacia la creación de vasijas y otros objetos funcionales u ornamentales, más que hacia la creación de suelos y ladrillos de arcilla con los que pavimentar u ornamentar superficies.
La mayoría de tradiciones (las que han sobrevivido hasta nuestros días, al menos), surgen de una necesidad ritualística-ornamental o doméstica. Dependiendo de la zona, encontramos diferentes grados de especialización en una modalidad u otra. De la misma forma que hay diferentes funcionalidades, hay diferentes técnicas y estilos. Poco tiene que ver la cerámica campesina del sur de Chile con el urpu cusqueño o los platos del valle de Tlacolula.
La alfarería mexicana: innovando la tradición
La otra aclaración necesaria es que disponemos de menos recursos para el censo y estudio de los tipos de tradiciones relacionadas con el barro cocido en Hispanoamérica. Sin embargo, en muchos lugares del continente, las tradiciones se mantienen mucho más vivas que en Europa, porque no han sido relegadas a la ornamentación o la conservación histórica, sino que siguen siendo una parte fundamental de las formas de vida locales.
Es el caso, por ejemplo, de las artesanas de Oaxaca. Tal y como cuenta Deborah Needleman en su crónica para el New York Times, la alfarería constituye no solo la forma de vida cultural del pueblo entero de San Marcos Tlapazola, sino su forma principal de sustento. Esto es gracias, en parte, a iniciativas como las de la Cooperativa 1505, que forma parte del colectivo Innovando la tradición. Este lema nos suena familiar. Será quizá que forma parte de la propia esencia de dedicarse a la artesanía en el siglo XXI, o que para hacerlo de forma auténtica hay que extender una mano hacia el futuro sin soltársela al pasado.
Tal y como explican las compañeras de Innovando la tradición, citando el libro “Barro y Fuego. El arte de la Alfarería en Oaxaca” de Eric Mindling, los pueblos alfareros nacieron para dar respuesta a la necesidad básica de tener vasijas en los hogares para uso doméstico. Con el tiempo y la evolución de la agricultura, algunas familias y después pueblos se fueron especializando. Pero después llegó la Conquista española, y se estima que más del noventa por ciento de la población americana sucumbió a la enfermedad, el hambre y el exterminio sólo durante los primeros cien años posteriores al primer contacto español.
Una tradición que sobrevive al paso del tiempo (y de las colonizaciones)
Imaginar la trágica cantidad de herencia cultural que el mundo ha perdido tras la Conquista es una tarea imposible. Y, sin embargo, en algunos sitios, como Oaxaca, la tradición alfarera del barro persiste. Las técnicas de producción son muy distintas a las nuestras, y sin embargo el resultado son productos igual de duraderos. Por ejemplo, en América no se suelen esmaltar o vidriar las piezas, y se emplean técnicas alternativas como el engobe. También son comunes los hornos subterráneos o abiertos. Y en muchos lugares, las canteras de barro se encuentran directamente en el lugar donde las comunidades pastorean o ejercen labores agrícolas.
Quizá en Europa los suelos y paredes de barro cocido nos llevan a pensar en el campo mejicano. Pero cuánto nos enriquecería meter de vez en cuando los pies en la Historia y tradiciones de nuestros parientes mesoamericanos. Nos daríamos cuenta de que lo que pueden hacer dos culturas con un poco de agua, barro y arena es tan similar como radicalmente distinto.