Las ciudades esponja: una posible respuesta a las inundaciones (y sequías) del futuro
Exploramos este concepto que va cogiendo cada vez más fuerza para adaptar el urbanismo a las necesidades del siglo XXI
En esta casa llevamos ya años hablando de bioclimatismo y de la necesidad de adaptarnos más rápido de lo que lo estamos haciendo a la crisis climática. Y hace unos meses, contamos cómo la participación de nuestro compañero Pedro Guerrero en el congreso de Parques y Jardines Públicos se centraba en la defensa de un concepto que se ha vuelto tristemente relevante desde que el desbordamiento del Júcar asolara la Comunidad Valenciana el pasado mes de octubre. Se trata de las ciudades esponja.
Las ciudades esponja son un modelo urbanístico que tiene en cuenta tanto las condiciones climáticas como las posibilidades que nos ofrece la naturaleza para crear soluciones basadas en ella.
Sobreponerse a un modelo urbanístico anticuado
Tal y como explica Pedro, tenemos unas ciudades totalmente impermeabilizadas. Nuestra gestión del agua consiste en tratar de contenerla en nuestro sistema de tuberías y alcantarillado, y para controlar los cursos de agua, necesitamos que no cale más allá de la superficie. El problema es que cuando hay episodios de lluvias torrenciales, o desbordamiento de ríos, el agua que ya no puede absorber el sistema de canalización no encuentra a dónde ir, porque el suelo no la puede absorber, provocando inundaciones que pueden ser tan devastadoras como la que se ha vivido en el levante español durante la Dana.
Así mismo, la planificación de las ciudades sigue los requerimientos de los siglos XIX y XX: alojar en ellas a tanta gente como sea posible en las condiciones más seguras para el trabajo. Las circunstancias, sin embargo, han cambiado. Los trabajos de hoy no son los de hace cien años. Nuestro estilo de vida y lo que consideramos unas condiciones de vida dignas, tampoco.
No paramos de repetir y escuchar que necesitamos unas ciudades que se adapten a las necesidades del siglo XXI, pero eso, ¿qué significa? Entre otras cosas, anticiparnos a los desastres climáticos y minimizar sus desastrosas consecuencias. Como recuerda el arquitecto Kongjian Yu, uno de los grandes defensores y pioneros de este modelo urbanístico, no se puede luchar contra el agua: hay que adaptarse a ella.
Ciudades esponja: vegetación + distribución + materiales
En estos diseños, se incorpora una miríada de conceptos relacionados con el bioclimatismo, que van desde la propia distribución de los espacios, incorporando macro y microestructuras que permitan que el suelo absorba el agua en lugar de canalizarla, hasta los materiales con los que estos espacios se realizan.
Muchos de los materiales que utilizamos masivamente en proyectos de construcción y urbanismo tienen sentido para la función que cumplen: son baratos, fáciles de producir, nos permiten construir a gran escala y son seguros estructuralmente. Es el caso del hormigón, el cemento o el acero. Sin embargo, las ciudades esponja comprenden, entre otras cosas, sustituir este tipo de materiales por otros que, primero, favorezcan la prosperidad de los elementos naturales y permitan la absorción o permeabilidad del agua, y por otro, favorezcan las condiciones ideales de confort térmico para enfrentar los eventos extremos de la crisis climática.
Es el caso, efectivamente, de la arcilla y el barro cocido. En nuestro blog hemos hablado largo y tendido de sus propiedades hidrotérmicas y bioclimáticas, pero el resumen es que se trata de un material que reúne todas las condiciones ideales para este modelo urbanístico. Por eso se presta también como material de investigación científica para la restauración ecológica, para experimentación con modelos de arquitectura sostenible, y para proyectos de bioclimatismo a gran escala.
Retener el agua cuando falta, absorberla cuando sobra
El modelo de las ciudades esponja aborda las dos grandes problemáticas del agua: las sequías y las inundaciones. Los espacios naturales albergan una capacidad increíble para regular grandes flujos de agua, y estas ciudades se basan en esos mismos mecanismos de absorción (que es otra palabra para hablar de almacenamiento) de agua en el suelo.
En las ciudades muy grandes, se pueden incorporar grandes espacios verdes con previsión tanto de inundaciones como de sequías. Si llueve torrencialmente, el suelo absorbe el agua mucho más rápido. En caso de sequías, la elección de especies nativas y la capacidad del suelo de almacenar agua hacen que las plantas sobrevivan mucho más tiempo y con mucha menos agua (esto lo hemos comprobado empíricamente en nuestra isla de biodiversidad alboránica). Cuando se trata de espacios más pequeños, se pueden usar sistemas subterráneos, además de verdes, para almacenar ese agua directamente a través del suelo. En ambos escenarios, es básico contar con unos materiales de construcción y pavimentación que permitan la permeabilidad, bien a través de ellos mismos, como en el caso de los suelos estratificados con tierra y grava, bien a través de sus juntas, como en el caso de los ladrillos de barro cocido.
Además de todo esto, tal y como nos recordó Pedro en el PARJAP, las ciudades esponja detonan una reacción en cadena. Las ciudades se convierten en espacios más amables para la infancia, la vejez, y los colectivos vulnerables, por no hablar de nuestros compañeros peludos. Hay que poner el foco en el suelo por múltiples motivos, no solo por evitar consecuencias tan desastrosas como las que hemos visto este otoño. Pero poder minimizar los efectos devastadores de las inundaciones del futuro no es, desde luego, un objetivo menor.